Pepe Marchena – Romance a Córdoba (Romance)

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Cantaor: Pepe Marchena

Guitarrista: Paquito Simón

Año de grabación: 1963

Palo flamenco: Romance

Otros datos:

Es morena y cordobesa,
tiene aire de sultana
y corazón de princesa.
En Córdoba la encontré
cuando en la feria de mayo
las treinta mulas compré.

Comentando la corría
en la que Antonio Cañero,
sacando su jaca hería,
puso el rejón más certero
que había puesto en la vía;
estábamos Paco Gil,
Pedro el de Puente Genil,
y el Niño Sabio de Lora;
en la puerta el Mercantil
tomando una de «Pastora».

Qué trajín, qué algarabía,
con el bullir que no cesa,
en la que contribuía
la gracia y soberanía
de la mujer cordobesa.

No se puede figurar
el que aquello lo conoce,
cuando fuimos a comprar la yegua,
en el rumor de las voces
de la calle Gondomar.
Como reguero de hormigas
las mujeres paseaban;
y en el pecho toas llevaban
flores en lugar de espigas.

Entre mujeres y flores,
pasaban los domadores,
por delante de nosotros,
luciendo sobre los potros
los atalajes mejores.

Vaya coches, vaya troncos,
donde los caballos broncos
mostraban todo su brío;
iban los cocheros roncos
de tanto hablarle al gentío.

Entre aquella animación,
un grito de admiración
alarmó a la gente seria,
cuando por la Concepción
se vio subir de la feria
el cuerpo más soberano,
más gallardo, más serrano,
que viera del sol la luz,
sobre un potro jerezano
del mejor hierro andaluz.

¡Vaya mujer con hechuras
luciendo el traje campero
al sonar las herraúras
del caballo postinero!

Pues, ya ves si llevaría
el potro con gallardía,
que hasta el propio Cañero
tiró a su paso el sombrero,
diciéndole una alegría.

Mezcla de gitana y reina llegó,
entre palmas y olés,
espuelas de oro en los pies,
y por corona y por peina
un sombrero cordobés.

Al paso del alazán
la gente se descubría;
pues todo el mundo creía
que llegó al Gran Capitán,
el alma de Andalucía.

Le dio dos vueltas al paseo;
el potro con el braceo
no cabía en la ancha calle;
y al compás del manoteo
quebraba su lindo talle.

Y aquella mujer preciosa,
de hermosura tan completa,
se iba meciendo orgullosa
como en la mejor maceta
se mece la mejor rosa.

Hablé con ella, fue mía;
puse en ella mi alegría,
mis afanes y mis penas;
y hoy por su gusto daría
la sangre que hay en mis venas.

Sé que no me pertenece,
que no es de mi condición,
pero ya no hay solución;
el hombre siempre obedece
cuando manda el corazón.

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